A todos nos ha pasado que, en algún momento de nuestra vida, nos hemos cruzado con personas que nos han impresionado por su autenticidad, su carisma y su forma de ver la vida: en una palabra, una persona genuina. Este tipo de personas ejerce en nosotros - muchas veces sin pretenderlo expresamente - una especie de "atracción gravitacional" que nos une a ellos de una manera un tanto difícil de comprender y de explicar. Y esa fuerza no sólo nos dirige hacia ellos, sino también - y quizá esto es lo más importante - hacia nosotros mismos, haciendo que nos preguntemos las razones que llevan al otro a ser de esa manera.
Sin duda, son múltiples los motivos y las acciones que llevan a una persona a ser genuina, y no es la intención de este humilde servidor ni de este artículo analizarlos todos. Pero me quiero centrar en uno que quizá es la base de muchos otros: la vulnerabilidad. Creo que son estas personas quienes han aceptado totalmente esa realidad de la vida, de la que tanto huimos la mayoría, y paradójicamente, es esa aceptación lo que los hace más plenos y menos vulnerables.
La vulnerabilidad es una realidad inherente a la vida, confirmada quizá en grado máximo por la consciencia de nuestra mortalidad. Y, sin embargo, creo que son estas dos cosas las que más luchamos por negar en nuestra sociedad actual. Y esa negación, como casi todas, produce el efecto contrario al imaginado y deseado por nuestra mente: nos arrebata la dicha y, por supuesto, no cambia ni un ápice la realidad.
Y si, el negar nuestra vulnerabilidad y luchar contra ella nos aleja de la dicha. Porque vivimos con miedo, y no hay peor enemigo. Miedo a abrir nuestro corazón, porque no aceptamos la posibilidad de sufrir al no ser correspondidos. Miedo a mostrarnos como somos, con transparencia, con nuestras virtudes y defectos, porque pensamos que no seremos suficientes. Miedo a comunicar nuestros sentimientos, porque creemos darle al otro material para manipularnos y hacernos daño. Y ese miedo nos lleva a lo que yo denominó una especie de "auto-boicot" emocional.
Aceptar la propia vulnerabilidad va unido a la posibilidad de sufrir. Pero no cerremos los ojos: no es posible pasar por esta vida sin una dosis de sufrimiento, pequeña o grande. Y, paradójicamente, los esfuerzos desesperados que hacemos por huir de esta realidad, no nos evitan el sufrimiento, sino que en ocasiones lo aumentan al llevarnos cada vez más lejos de esa dicha que tanto deseamos.
Creo que aquello que nos hace vulnerables es precisamente lo que nos hace hermosos. La vulnerabilidad de decir "te quiero" primero, de tomar la iniciativa para una cita, de abrir el corazón a los demás corriendo el riesgo de no ser correspondidos, de emprender un sueño así parezca que no hay garantías, de disfrutar de la vida a pesar de nuestra finitud terrenal. Y no sólo nos hace hermosos, sino que va íntimamente ligada a la valentía, a la voluntad de vivir plenamente, intentando dejar de controlar y predecir.
Como dice Brené Brown en su famosa conferencia titulada "El poder de la vulnerabilidad": "Se que la vulnerabilidad es el núcleo de la vergüenza y el miedo y de nuestra lucha por la dignidad. Pero también es donde nace la dicha, la creatividad, la pertenencia y el amor".
No insensiblicemos la vulnerabilidad. No se puede insensibilizar lo malo sin insensibilizar la dicha. Quizá ésta nos espera al otro lado de nuestros miedos, de nuestra vulnerabilidad.
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